jueves, 25 de agosto de 2011

El instante

Ella se miraba en un espejo y no podía contar sus arrugas, pero ya no le importaba demasiado.
Había sido coqueta y elegante dentro de su limitada posición económica. No hace falta ser adinerada para vestirse bien, decía siempre.
Solía maquillarse suavemente para salir a la calle, aunque fuera solo a comprar el pan de cada mañana.
Guardaba en una caja fotografías de familia, de amores adolescentes y no tanto, de amigas de la infancia muy queridas que ya no estaban en este mundo, y cartas y poemas que solía escribir cuando había estado enamorada o había perdido un amor.
Secretamente no estaba sola. Sus recuerdos le hacían compañía.
Solía llorar pero sus lágrimas eran necesarias para seguir sintiéndose viva.
También solía sonreir recordando reuniones de amigas donde la risa era el don mas preciado.
Coqueteaba con la muerte, nunca le había causado temor ni indiferencia, era su amiga ahora, en realidad  nunca se habian enemistado.
Nunca le gustó rezar pero tenía diálogos jugosos con Dios y sus amigos. Se llevaban bastante bien desde hace tiempo. Los años los había unido como compañeros de habitación.
Una ventana al jardín era marco de sus tardes observando las flores, ella sabía cuando había que podar el rosal y cuando regar las hortencias en verano, prefería el atardecer para darles de beber.
Ya no leía como antes, había perdido el poder de la concentración, pero no así para escribir algunas palabras insertas en versos, e intentaba rimar y sonreía cuando lograba la rima perfecta.
Habiendo estado acompañada en la vida ahora estaba sola pero lo tomaba como una realidad necesaria de la edad, de la tercera edad.
Sabía disfrutar de los pequeños momentos, esos momentos chiquitos felices que hacen reconocer el instante sublime, el pestañeo fugaz de la felicidad.
El amor, en sus distintas formas siempre la encontró dispuesta y positiva por eso siempre tuvo a quien amar o disfrutar.
Por eso un día cenó liviano y se acostó a dormir, limpia y tranquila.
Apagó el velador de su mesa de noche y se dijo, "si no amaneciera mañana y vinieras a buscarme, podría irme contigo para que me lleves a ver ese lugar en donde estas que parece ser tan bello y me contaste en los sueños"
Y a la mañana siguiente se había ido, amaneció y Estela, la mucama de la residencia cuando fue a avisarle que ya estaba listo el desayuno, la encontró en su cama con una leve sonrisa blanca como su tez blanca.
Y sus compañeras del geriátrico fueron a despedirse de ella dejando una rosa sobre su cama como ella había pedido.
María se ha ido, pero reconoció el instante y sonrió, como lo hacía siempre.

FIN.

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